El Marenostrum Fuengirola ardía de expectativa desde antes de empezar, y Leiva no defraudó. Arrancó el concierto con fuerza, lanzando “Bajo presión” como si fuera la primera vez que se sentía el pulso de un estadio listo para vibrar. Aquel primer acorde fue como encender el motor: potente, claro y con ganas de arrancar emociones.
Después vinieron temas de ese autorretrato emocional que es el disco Gigante, el directo que le confirma como uno de los cantautores más sólidos del momento. Sonaron “Gigante”, “Superpoderes” y “El polvo de los días raros”, entre otras, y con ellos el público se adentró en esa mezcla de vulnerabilidad sofisticada y Rock visceral que solo él sabe manejar. Un viaje entre la nostalgia, el pulso modernista y la urgencia de sentirse vivos.
En un giro sorprendente que todavía retumba en muchos, Leiva se atrevió con una versión de “You Never Can Tell” de Chuck Berry —un tema que tocan en las pruebas de sonido de la banda y que les hacen felices—, interpretada en castellano como “¿Quién lo iba a suponer?”. Fue un momento distendido, juguetón, y a la vez reverencial. Como susurrando: “sí, sabemos nuestras raíces y las celebramos”.
Y entonces llegó el silencio. Ese momento donde el escenario se apaga y se enciende el corazón. “La llamada” iluminó a la multitud con un espectáculo de luces escalofriante, que abrazó cada voz y cada mirada como si estuviéramos viviendo una confesión colectiva. Fue un instante para cerrar los ojos y dejar que el recuerdo te roce.
Pasado ese suspiro luminoso, Leiva nos llevó a otro viaje: el que comparte con Rubén Pozo en Pereza. Sonaron “Cómo lo tienes tú”, “Estrella polar” y “Lady Madrid”, esta última cargado de emoción cuando invitó a Nacho Sarria al escenario. ¿Quién no vivió aquellas noches escuchando ese dúo prometiendo un futuro lleno de riffs y melodías? Un flash-back para cerrar los ojos y revivirlo como si fuera ayer.
El momento más emotivo llegó con “Caída libre”, esa canción que duele y al mismo tiempo abraza. Toda la plaza cantó al unísono: “Todo tiene luz de probador…”, y fue imposible no sentirlo como un himno íntimo compartido. Una canción que no es solo música, sino espejo, refugio y llama.
Para rematar una noche épica, salieron con “Como si fueras a morir mañana”, un subidón de adrenalina conjurada para no pensar demasiado y vivir ahora. Y luego, “Princesas”, donde presentó a toda la Leiband con el ya icónico —y divertido—: “Who the fuck is Juanchito?”, una broma, una familia, un aplauso y un cierre que quedó tatuado en los que estábamos ahí.