San Roque se encendió el pasado 27 de julio con el espíritu del mejor Pop-Rock nacional en una noche de verano que pasará directo a la memoria colectiva. El Al Fresquito Festival no fue un simple concierto al aire libre. Fue una fiesta donde la nostalgia, el talento y la buena vibra se encontraron para dar forma a uno de esos eventos que justifican todo un verano.
Desde primera hora, la Plaza de las Constituciones vibraba con ganas. Abrió la jornada el DJ Michael Thin, que supo calentar el ambiente con un repaso enérgico por los temazos más bailables de la movida.
Y cuando el escenario ya ardía, llegó Jaime Urrutia, con su voz grave y su pose de trovador urbano. “Cuatro rosas” sonó como una declaración de principios. “Camino Soria” se cantó con el alma. Urrutia no necesita adornos: le basta su leyenda y unas cuantas canciones eternas para conquistar.
Le tomó el relevo Javier Ojeda, el alma de Danza Invisible, que transformó la plaza en una pista de baile con su elegancia. Con “Sabor de amor” nos llevó al verano del 88 y con “A este lado de la carretera” nos recordó por qué seguimos creyendo en la música que cuenta historias. Ojeda sigue siendo un torbellino de energía, y su conexión con el público fue brutal.
Y cuando parecía que no quedaban fuerzas, llegó la traca final con Los Rebeldes. Carlos Segarra y compañía demostraron que el Rockabilly vive y colea. Con temas como “Mediterráneo” y “Mi Generación” levantaron al personal, y la sorpresa la dio de nuevo Ojeda cuando salió a cantar «Rebeca» Junto a Segarra, cambiando un poco la letra. La banda sonó potente, precisa y con esa actitud callejera que les caracteriza desde hace más de cuatro décadas.
La organización fue de diez: gran sonido, ambiente familiar, buena disposición técnica y, sobre todo, un público entregado que coreó cada estribillo como si no hubiera un mañana. Desde FotoRock queremos agradecer al Ayuntamiento de San Roque y a la Delegación de Juventud por esta apuesta valiente y necesaria por la música en directo.
Porque el Al Fresquito Festival nos dejó claro que los himnos no caducan. Que aún hay espacio para soñar con guitarras, ritmos y letras que nos marcaron.
¡Que no falte nunca la música!